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Confesión

Relatos Dreamers

Nadie recordará a Dieguito como él hubiera deseado. Para todos será un brazo, una nariz torcida, un gancho de izquierda. Pero nadie sabrá que lloraba -de tristeza o felicidad, no lo sé- después de ganar un combate. Que leía la Biblia antes de abandonar el vestuario. Que me agradecía siempre el haber estado con él desde el principio. Y, desde luego, nadie sabrá de Elena.Añadir Anotación

Ahora me mira usted asombrado, porque no sabía de Elena. Todos creían a Dieguito un solitario sin remedio, un garrulón incapaz de amar, pero con la potestad de arrebatar la dignidad a un igual cuando lo encontraba entre las cuerdas. Ése es el problema. Dieguito siempre pareció un descerebrado porque me dejaba hablar a mi. Me permitía hacerles creer a todos que yo controlaba su juego, su vida, sus combates. Pero la verdad es que no controlaba nada. Me limitaba a dejarle hacer, a tomar en su nombre todas las diligencias. Y luego él peleaba. Y después de pelear, volvía con Elena.Añadir Anotación

Ella nunca asistía a los combates. No se trataba de aversión al deporte de su marido -sí, marido, escríbalo bien, casados en el anonimato-, sino a la aversión de Dieguito porque la gente supiera de ella y la manoseara en la prensa y en la televisión como hacían con él. Y, aunque esto cree él que es secreto suyo, le horrorizaba que lo viera pelear. No era superstición, era amor. Aunque pensándolo bien, el amor podría ser superstición. En cualquier caso, Dieguito no podía soportar tumbar a alguien en su presencia. No quería ser visto por su esposa en sus más bajos instintos. Los del hombre que pelea por la gloria efímera. Por dinero. Por vivir. Y al final, eso pudo con él.Añadir Anotación

Cuando los médicos le dijeron que tenía los hombros bajos, él me susurró que era por el peso de Elena. Fue el pensamiento de ella lo que le impidió dejar seco a aquel chico que vino de la Argentina sólo para medirse con Dieguito. En vez de darle el golpe de gracia, como le pedía a gritos su público, se lo quedó mirando, esperando a que cayera él por su propio peso. Luego ustedes publicaron alabanzas sobre su nobleza en la lona, y transformaron su debilidad en una virtud, pero eso se consiguió por la astucia de Dieguito en las entrevistas de después. Él era muy listo. Más de lo que ustedes decían. Y yo soy un gran cuentista.Añadir Anotación

Como le decía, nadie recordará a Dieguito como él hubiera querido. Nadie verá más allá de los guantes, de su juego de piernas, de las fintas. Y nadie lo hará porque se pasó la vida entera fintándoles a ustedes, dejándoles golpear al viento. Les ganó por la manga. A mi no podía engañarme, claro, porque yo era el que le sostenía la toalla en los asaltos, para arrojarla sin vacilar en cuanto lo viera muy apurado. Y al hombre que controla tu destino entre las cuerdas no le mientes. No le ocultas nada.Añadir Anotación

Veo que no para de escribir en ese cuadernillo, y me gusta porque compruebo así que no sabía nada de esto. Es su gran primicia, el artículo que lo catapultará a la fama. Dudo que a Dieguito le importe lo que salga mañana en los diarios. Me llamará, me contará su idea y juntos conseguiremos desmentir todo aquello que está usted tergiversando de mis palabras. Y luego, supongo, me despedirá, porque no será tan tonto como para ignorar que fui yo quien lo largué todo.Añadir Anotación

No me haga promesas de anonimato. Sé perfectamente que Dieguito leerá mi nombre tras sus "fuentes fidedignas", y no me preocupa en absoluto. Aunque nadie lo crea, hago esto por Dieguito, y por Elena, y por el hijo que van a tener juntos. Un hijo que iba a llevar mi nombre, pero creo que a partir de mañana pensarán en otro. Una pena. Mi nombre es muy bonito.Añadir Anotación

Por qué lo hago. Es una buena pregunta. Me gustaría que Dieguito me la hiciera mañana, cuando me vea. Pero lo hago porque es la única manera de que la semana que viene no deje a su hijo huérfano de padre, ¿sabe? Es la hora de que ustedes le ganen el combate a Dieguito, que lo pongan contra las cuerdas, que me mire al rincón y asienta con la cabeza para que tire la toalla. No, no se ha hecho viejo, ni tiene lesión alguna. Dieguito podría vencer la semana que viene, y los cien próximos combates. Sin pestañear. Sin que le tuvieran que poner un solo punto ni sacarlo en silla de ruedas. Pero ya tiene demasiado peso en los hombros. Tiene a Elena y a su futuro hijo, y cuando le sujeto el saco de arena en los entrenamientos veo en sus ojos que no quiere pelear. Que no quiere ser recordado como el músculo que batió records de pegada, ni como el hombre que tumbó a más hombres que a nadie a este lado del país. Es por su hijo. Porque no se fije en su padre y se dedique a su negocio. Porque no tenga que ocultar su vida de la gente, venderse como un extraño y huir de todo excepto del rival que tienes delante, deseando romperte la mandíbula. Esa no es vida.Añadir Anotación

Así que no lo hago por Dieguito. Ni por Elena. Ni por mí, yo estoy muy contento con la vida que me ha dejado tener. Lo hago por su hijo. Tiro la toalla sin consultarle, para obligarlo a rendirse antes de nada irreparable. Por eso le he llamado, y por eso le facilito la historia secreta de nuestro campeón.Añadir Anotación

Pero recuerde. Escriba lo que escriba, divulgue lo que divulgue, nadie recordará a Dieguito como se merece ser recordado. Y yo, al fin y al cabo, soy un perfecto cuentista.Añadir Anotación


Adrián Daine.

Adriwan, 8 de Julio de 2004
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